Dos auténticos LOBOS de MAR

Será por las lecturas de la infancia, como las novelas de Emilio Salgari o Julio Verne y la gran cantidad de cómics, pero los faros siguen siendo un icono que evoca las grandes aventuras en el mar, con barcos de vela y mensajes en botellas.

Incluso en nuestros tiempos, cada vez más informatizados y digitales, los faros son una irrenunciable ayuda para la navegación, sobre todo cuando la naturaleza se impone a la electrónica y la supervivencia del hombre de mar vuelve a depender de la inteligencia y la experiencia.

También por este motivo, en uno y otro lado del Atlántico, dos antiguos faros han recuperado su esplendor inicial con la colaboración de dos máquinas DIECI, un Zeus y un Pegasus.

El primer caso fue una difícil operación combinada, en la cual intervinieron embarcaciones del Servicio de Faros y Señales de Bretaña, un helicóptero y un Zeus 37.7. Sobre un escollo situado 6 millas mar adentro de la costa bretona, en un borrascoso tramo de mar llamado el «infierno de los infiernos», surge de entre las olas el faro Les Pierres Noires, construido en 1871, declarado Monumento Nacional y aún en uso.

La cúpula de hierro forjado, con sus 800 kg de peso, estaba gravemente corroída por más de un siglo de exposición al aire salino, lo que hizo necesaria su restauración. Una vez desenganchada de las fijaciones, un potente helicóptero de transporte la bajó a tierra, donde la esperaba el Zeus 37.7 de LOCARMOR (concesionario de DIECI en Bretaña) que, con fuerza y delicadeza, la depositó en un soporte construido especialmente para conducirla al taller de restauración.

En la misma operación se sustituyó el antiguo mecanismo de rotación —peligroso por los más de 100 kg de mercurio contenidos en su interior y sobreviviente a numerosos desperfectos— por un potente y seguro sistema de lámparas de led.

Terminada la restauración, con una operación inversa, se volvió a instalar la preciosa cúpula que protege el grupo óptico, lista para indicar durante al menos otro siglo la ruta segura a los marineros.

Tal vez más tranquila (pero no menos importante, sobre todo desde el punto de vista histórico) fue la tarea asignada a un solitario Pegasus canadiense: la restauración del faro del Cabo de la Magdalena en el ancho y profundo estuario del río San Lorenzo.

El faro es una parte importante del patrimonio histórico del lugar y de todo Canadá. Construido en cemento en 1908 en reemplazo de un faro de madera de 1871, durante más de un siglo ha marcado el rumbo a generaciones de pescadores, aventureros, corsarios, pioneros, leñadores y tramperos.

Durante la guerra fue testigo de numerosos enfrentamientos entre la Real Marina Canadiense y los submarinos alemanes que recorrían el estuario tendiendo emboscadas a los convoyes de barcos que partían hacia Europa.

En 1942, el tramo de costa donde surge el faro fue alcanzado por un torpedo desviado, cuyos restos se exponen ahora al público.

Para restaurar el edificio (dañado por el tiempo, las heladas, la sal y los fuertes vientos de la zona), el Pegasus tuvo que pasar un tiempo considerable bajo la torre, salvando repetidamente con el brazo los 11 m de altura para que los operarios pudieran cambiar las partes de hierro dañadas, instalar los nuevos sistemas, reparar las paredes y, por último, certificar la nueva vida del faro pintándolo con sus colores originales: el rojo y el blanco característicos de estas construcciones.